Las pulseras de goma que han hecho rico al malayo Choon...
-
El inventor es jefe de pruebas de choque de Nissan
-
Arriesgó el dinero para la universidad de sus hijas
El malayo Cheon Choon Ng sólo pide un favor a cambio de revelar los secretos del juguete más deseado del momento: «¿Me puedes conseguir el email del príncipe Felipe?», inquiere con voz tímida. «Acaban de decirme que usa mis pulseras. Quiero mandarle una nota de agradecimiento».
Quien así habla es el artífice de las pulseritas que arrasan en los colegios. Cualquiera que viva con un niño de más de cinco años ya conocerá su invento: una maquinita que ha convertido a millones de críos en avezados artesanos. Entre los adictos a crear pulseras a partir de simples gomas de plástico se cuentan las hijas de don Felipe, que le regalaron el adorno multicolor que ha lucido en sus actos más recientes.
Las pulseras han convertido a Choon en un próspero empresario. Con una inversión inicial de sólo 10.000 dólares, ya ha facturado más de 100 millones en todo el mundo. España es el último país poseído por una fiebre cuya pujanza ha sorprendido a los gurús del sector. «Hacía años que no veíamos un caso así», confirma Lorenzo de Benito, portavoz de Toys'R'Us, donde el producto vuela de las estanterías desde su lanzamiento el 2 de enero.
En realidad, Choon, de 45 años, no buscaba hacerse millonario. Ni siquiera pretendía inventar un juguete. Su única ambición era pasar el rato junto a Michelle y Teresa, sus hijas preadolescentes, en su casa de Novi (Michigan, EEUU), donde trabajaba como ingeniero jefe en el departamento de pruebas de choque de Nissan.
Una tarde de 2010 vio que sus hijas trataban de tejer una pulsera con gomas de colores. El juego le recordó a su infancia en las calles de Malasia, cuando fabricaba juguetes caseros con los elásticos que recogía en las basuras de los mercados. «Intenté echar una mano a mis hijas, pero mis dedos eran demasiado gordos», dice. «Me dio vergüenza y se me ocurrió diseñar una maquinita para recuperar su admiración».
Su instinto de ingeniero mecánico se puso a carburar. Con un trozo de madera y unos alfileres fabricó una especie de bastidor que le ayudaba a trenzar las gomitas a toda pastilla. Aquel fue el embrión del Rainbow Loom, una herramienta de la que ya ha vendido 10 millones de unidades y que ha inspirado cientos de copias pirata más baratas que el original, que cuesta unos 12 euros. En España, a muchos niños les basta con una bolsa de gomas y una aguja con garfio -a la venta en bazares por menos de un euro- para trenzar los adornos.
Gracias a su maquinita, el ingeniero se convirtió en el héroe de sus hijas. Luego, el runrún alcanzó a los amigos de sus hijas, y a los amigos de sus amigos... «Todos decían lo mismo: "¡Quiero una, hazme una!"», recuerda Choon. «Me di cuenta de que tenía un buen producto en las manos».
Sí, el producto era prometedor. Pero a Choon le faltaba financia-ción para transformarlo en un negocio lucrativo: sólo contaba con sus 10.000 dólares de ahorros para la universidad de las niñas. Así, el ingeniero se enfrentó a un nuevo desafío: convencer a su esposa, la escéptica Fen Chan, de que debían fiar todo su futuro al improbable éxito de sus pulseras.
Tras pulir su prototipo con 28 versiones distintas, Choon Ng encargó 10.000 unidades del diseño definitivo a una fábrica china. El pedido llegó a casa en el verano de 2011. Cada noche, al llegar de Nissan, se quedaba trabajando para ensamblar los kits. A finales de año, ya estaba listo para el gran lanzamiento. Pero el debut no pudo ser más desalentador: ninguna juguetera se fiaba del invento. Choon detectó el problema: a primera vista, nadie sabía cómo utilizarlo. Así que, con ayuda de sus hijas, colgó unos tutoriales en YouTube y contrató anuncios en Google.
A fuerza de insistir, su suerte cambió en el verano de 2012. Una cadena de jugueterías, Learning Express, le compró dos docenas de bastidores, que se agotaron en 24 horas. Al día siguiente le encargaron otro medio centenar, que también voló. «Su siguiente pedido fue de 10.000 dólares», dice Choon. «Fue el punto de inflexión. Ahora vendemos 500.000 unidades al mes. ¡Es una locura!».
Poco a poco, el Rainbow Loom se ha convertido en el juguete del momento. Primero, las pulseritas aparecieron en las muñecas de famosos como David Beckham o Gwyneth Paltrow. Ahora, la moda ha extendido a toda la población: según el Wall Street Journal, hasta los capitostes de las finanzas lucen estos brazaletes junto a sus trajes a medida de 10.000 dólares.
El éxito de Choon ha pillado desprevenida a la industria. Nadie imaginaba que un producto tan sencillo podría convertirse en un blockbuster global. «La verdad, no entiendo cómo a nadie se le ocurrió antes...», admite Choon, que ha dejado su cargo en Nissan (y su sueldo de 100.000 dólares) para volcarse en la empresa, en la que ya trabajan 15 personas, incluida su esposa.
A toro pasado, abundan las teorías sobre su éxito. Unos apuntan a su amplio público: niños de entre 5 y 15 años de ambos sexos. Otros, al factor social: una vez tejidas, los chavales regalan sus joyas a sus familiares y amigos. Y, sobre todo, destacan su precio: las copias piratas del bastidor se venden por apenas ocho euros. «Es difícil juntar todos estos ingredientes en un sólo producto», sentencia Lorenzo de Benito, de Toys'R'Us.
Pero Choon tiene otra teoría. Cree que su éxito se debe al atractivo de la artesanía. No hay más que ver cómo los niños se quedan hipnotizados mientras retuercen las gomitas. «En muchos casos, es la única forma de despegarles de la tele o la tableta», se regodea. «Son tan adictivas que varios colegios las han prohibido porque los niños se distraían».
En estos meses de éxito, Choon ha recibido propuestas para vender su empresa. Pero no ha querido ni hablar de dinero: quiere legar el proyecto a sus hijas, igual que su abuelo cedió a su padre una plantación de caucho en Malasia. «Ni el mejor cheque puede igualar esa sensación», dice Choon, que prepara nuevos productos, como una versión de viaje de su bastidor.
Eso sí, tanto éxito tiene su precio. En EEUU, Choon se ha visto enfangado en demandas contra empresas que han imitado su diseño sin pagarle royalties. «Yo hice famoso este producto», se lamenta. «Trabajé en ellas durante tres años sin ver un sólo dólar».
De hecho, Choon se entera por Crónica del colosal éxito de su diseño en España. Aquí no ha llegado el Rainbow Loom original, así que sólo se venden copias más o menos legales del invento. Algo irritado, Choon admite que aún no ha encontrado un distribuidor en España. Así que, tras una breve pausa, pide un segundo favor: «¿Podrías informar a tus lectores de que estoy buscando un socio español?», dice. «Créeme, ¡este es un negocio con mucho futuro!».
EVA
Quien así habla es el artífice de las pulseritas que arrasan en los colegios. Cualquiera que viva con un niño de más de cinco años ya conocerá su invento: una maquinita que ha convertido a millones de críos en avezados artesanos. Entre los adictos a crear pulseras a partir de simples gomas de plástico se cuentan las hijas de don Felipe, que le regalaron el adorno multicolor que ha lucido en sus actos más recientes.
Las pulseras han convertido a Choon en un próspero empresario. Con una inversión inicial de sólo 10.000 dólares, ya ha facturado más de 100 millones en todo el mundo. España es el último país poseído por una fiebre cuya pujanza ha sorprendido a los gurús del sector. «Hacía años que no veíamos un caso así», confirma Lorenzo de Benito, portavoz de Toys'R'Us, donde el producto vuela de las estanterías desde su lanzamiento el 2 de enero.
En realidad, Choon, de 45 años, no buscaba hacerse millonario. Ni siquiera pretendía inventar un juguete. Su única ambición era pasar el rato junto a Michelle y Teresa, sus hijas preadolescentes, en su casa de Novi (Michigan, EEUU), donde trabajaba como ingeniero jefe en el departamento de pruebas de choque de Nissan.
Una tarde de 2010 vio que sus hijas trataban de tejer una pulsera con gomas de colores. El juego le recordó a su infancia en las calles de Malasia, cuando fabricaba juguetes caseros con los elásticos que recogía en las basuras de los mercados. «Intenté echar una mano a mis hijas, pero mis dedos eran demasiado gordos», dice. «Me dio vergüenza y se me ocurrió diseñar una maquinita para recuperar su admiración».
Su instinto de ingeniero mecánico se puso a carburar. Con un trozo de madera y unos alfileres fabricó una especie de bastidor que le ayudaba a trenzar las gomitas a toda pastilla. Aquel fue el embrión del Rainbow Loom, una herramienta de la que ya ha vendido 10 millones de unidades y que ha inspirado cientos de copias pirata más baratas que el original, que cuesta unos 12 euros. En España, a muchos niños les basta con una bolsa de gomas y una aguja con garfio -a la venta en bazares por menos de un euro- para trenzar los adornos.
Gracias a su maquinita, el ingeniero se convirtió en el héroe de sus hijas. Luego, el runrún alcanzó a los amigos de sus hijas, y a los amigos de sus amigos... «Todos decían lo mismo: "¡Quiero una, hazme una!"», recuerda Choon. «Me di cuenta de que tenía un buen producto en las manos».
Sí, el producto era prometedor. Pero a Choon le faltaba financia-ción para transformarlo en un negocio lucrativo: sólo contaba con sus 10.000 dólares de ahorros para la universidad de las niñas. Así, el ingeniero se enfrentó a un nuevo desafío: convencer a su esposa, la escéptica Fen Chan, de que debían fiar todo su futuro al improbable éxito de sus pulseras.
Tras pulir su prototipo con 28 versiones distintas, Choon Ng encargó 10.000 unidades del diseño definitivo a una fábrica china. El pedido llegó a casa en el verano de 2011. Cada noche, al llegar de Nissan, se quedaba trabajando para ensamblar los kits. A finales de año, ya estaba listo para el gran lanzamiento. Pero el debut no pudo ser más desalentador: ninguna juguetera se fiaba del invento. Choon detectó el problema: a primera vista, nadie sabía cómo utilizarlo. Así que, con ayuda de sus hijas, colgó unos tutoriales en YouTube y contrató anuncios en Google.
A fuerza de insistir, su suerte cambió en el verano de 2012. Una cadena de jugueterías, Learning Express, le compró dos docenas de bastidores, que se agotaron en 24 horas. Al día siguiente le encargaron otro medio centenar, que también voló. «Su siguiente pedido fue de 10.000 dólares», dice Choon. «Fue el punto de inflexión. Ahora vendemos 500.000 unidades al mes. ¡Es una locura!».
Poco a poco, el Rainbow Loom se ha convertido en el juguete del momento. Primero, las pulseritas aparecieron en las muñecas de famosos como David Beckham o Gwyneth Paltrow. Ahora, la moda ha extendido a toda la población: según el Wall Street Journal, hasta los capitostes de las finanzas lucen estos brazaletes junto a sus trajes a medida de 10.000 dólares.
El éxito de Choon ha pillado desprevenida a la industria. Nadie imaginaba que un producto tan sencillo podría convertirse en un blockbuster global. «La verdad, no entiendo cómo a nadie se le ocurrió antes...», admite Choon, que ha dejado su cargo en Nissan (y su sueldo de 100.000 dólares) para volcarse en la empresa, en la que ya trabajan 15 personas, incluida su esposa.
A toro pasado, abundan las teorías sobre su éxito. Unos apuntan a su amplio público: niños de entre 5 y 15 años de ambos sexos. Otros, al factor social: una vez tejidas, los chavales regalan sus joyas a sus familiares y amigos. Y, sobre todo, destacan su precio: las copias piratas del bastidor se venden por apenas ocho euros. «Es difícil juntar todos estos ingredientes en un sólo producto», sentencia Lorenzo de Benito, de Toys'R'Us.
Pero Choon tiene otra teoría. Cree que su éxito se debe al atractivo de la artesanía. No hay más que ver cómo los niños se quedan hipnotizados mientras retuercen las gomitas. «En muchos casos, es la única forma de despegarles de la tele o la tableta», se regodea. «Son tan adictivas que varios colegios las han prohibido porque los niños se distraían».
En estos meses de éxito, Choon ha recibido propuestas para vender su empresa. Pero no ha querido ni hablar de dinero: quiere legar el proyecto a sus hijas, igual que su abuelo cedió a su padre una plantación de caucho en Malasia. «Ni el mejor cheque puede igualar esa sensación», dice Choon, que prepara nuevos productos, como una versión de viaje de su bastidor.
Eso sí, tanto éxito tiene su precio. En EEUU, Choon se ha visto enfangado en demandas contra empresas que han imitado su diseño sin pagarle royalties. «Yo hice famoso este producto», se lamenta. «Trabajé en ellas durante tres años sin ver un sólo dólar».
De hecho, Choon se entera por Crónica del colosal éxito de su diseño en España. Aquí no ha llegado el Rainbow Loom original, así que sólo se venden copias más o menos legales del invento. Algo irritado, Choon admite que aún no ha encontrado un distribuidor en España. Así que, tras una breve pausa, pide un segundo favor: «¿Podrías informar a tus lectores de que estoy buscando un socio español?», dice. «Créeme, ¡este es un negocio con mucho futuro!».
EVA
No hay comentarios:
Publicar un comentario